ACERCA

los imperdonables



Crónica de una fotógrafa viajera por Santa Cruz de la Sierra



Me gustaría escribir un texto muy literario, pulido y poético,

pero sería un texto fingido e impropio, lo que ofrezco, en cambio, es un testimonio de mi viaje y de la realización de este proyecto. Les comparto una parte de lo que, sinceramente, sentí y pensé (y aún pienso) viajando por esta tierra, y el orgullo que me dió como boliviana.

El viaje por Santa Cruz ha sido un viaje mágico. Sorprendiéndome siempre en cada nuevo destino al que iba. Por un lado, la novedad a cada paso, pero, también, por otro lado, me pasaba que algunos sabores, aromas y lugares me despertaban recuerdos de la infancia. Por ejemplo, con la cocina a leña, tenía el recuerdo muy claro de las visitas a la estancia de mi abuelo. Me pasa lo propio al ver ese verde hermoso que tiene Santa Cruz, que me trae la misma felicidad desde niña; algo parecido, me pasa con la inmensidad de los increíbles paisajes naturales que tuve el placer de conocer. Cada vez que vuelvo, me emociona como la primera vez. Debe ser porque me encanta esa sensación que te da el campo, de extensión, de libertad.

Pero hay cosas que antes no apreciaba y ahora me emocionaron mucho. Algo que viví con mucho cariño es el trato de la gente –es totalmente cierto lo que se dice sobre la hospitalidad de los cruceños–. Me topé con gente que no conocía, y que de manera desinteresada, me sonrió y me abrió las puertas. Gente buena, cálida y amable que cuando la visitas o tienes un mínimo de curiosidad por lo que hacen, se alegran. Es muy lindo el trato, así como ver que sus tradiciones siguen presentes y palpables. Por ejemplo, moler con tacú para hacer un pan de arroz o las prendas tradicionales con que se visten. Es muy admirable que a pesar del inmenso crecimiento, desarrollo y tecnología que tiene Santa Cruz, también hay una parte hermosa que se mantiene y preserva como congelada en el tiempo. Todo el camino por Las Misiones de la Chiquitania, yendo de pueblo en pueblo, me pareció fascinante. Me sorprendió durante el recorrido los contrastes, la vida cotidiana y la magia que hay. Por ejemplo, en una iglesia de la Chiquitania, en plena misa, empezaron a entrar chicos con cellos y violines, hasta formar un gran conjunto de cuerdas dentro de una iglesia muy sencilla, en un pueblo rodeado de vegetación y bosque seco, ese contraste es emocionante. Son esas cosas mágicas que difícilmente puedes vivir en otros lugares. No era un espectáculo preparado para nosotros, sino que simplemente era parte de la magia cotidiana con la que viven y celebran misa.

Por otro lado, el proyecto, también ha sido un reencuentro con mi país y un reencuentro conmigo misma. Fue una experiencia de vida trabajar con gente nueva y empaparme de su juventud y su energía. Conocer experiencias juntos y encontrar nuevos modos para resolver los desafíos que se nos presentaban. Fue un proyecto intenso, un encuentro de emociones.

Al conocer de cerca a cada uno de los destinos Imperdonables puedo decir genuinamente que Santa Cruz es un Departamento que abraza a los demás con mucha gentileza. En todas partes nos encontramos con gente de toda Bolivia, gente que viene, buscando un nuevo futuro, y que ve en esta tierra un sinfín de posibilidades. Algo que igualmente me sorprendió mucho fue ver cómo Santa Cruz no para de crecer. Es, efectivamente, un epicentro económico y cultural. Se ve un horizonte trazado y muchos proyectos de gran altura que antes no existían. Es un lugar donde cada vez puedes hacer cosas nuevas y al mismo tiempo puedes mantener la tradición. Por ejemplo, los cafeteros en la plaza. Al verlos pensé que eran parte de una iniciativa de turismo para estar así: bien uniformados y sirviendo café. Me imaginé que alguien más les pagaba, pero no. Me senté en la plaza y de pronto una persona compraba café y luego otra y otra; y de pronto vi más cafeteros y pensaba qué increíble, todo el mundo les compra y los cafeteros están todo el día hasta la noche. Tú sales de noche y te tomas un café. ¿Dónde se ha visto eso? Me pareció espectacular. Lo mismo con el somó, tenía mis dudas al probarlo, pero me sorprendió muy gratamente, me pareció perfecto. Y así me pasó también con cada una de las comidas, las experiencias y los destinos. Entonces, el proyecto fue básicamente (re)descubrir muchas cosas. Los agachados, por ejemplo, son parte de una Santa Cruz distinta, pero igual de amable, donde puedes comer rico y en ambientes llenos de vida. Ver qué come la gente y cómo lo hace, me pareció muy lindo. Por ejemplo, algo que me gustó mucho es la manera en que te sirven las jibas. Te dan tu yuca de cortesía y tú decides después: jiba, ubre, corazón de pollo o chorizo, cada uno viene en un alambre distinto, entonces, según los alambres que tengas, te cobran. Tú podrías llevarte tu alambre o podrías irte, pero por supuesto nadie lo hace. Y eso me parecía muy destacable, que es un negocio de confianza, que la gente confía y por eso funciona. Es muy lindo que eso impere, hay que preservar la confianza.

Entonces, te sorprende porque tienes ese contraste, esa tradición, con su magia, la de los lugares de antaño y el valor de lo familiar, que en otros lugares ya no se encuentra (la mesa grande de familia, el horneado, el club social), se conservan esas cosas, pero también tienes otras muy propias de la gran ciudad. En ese sentido, veo que hay mucha presencia de otros países que vienen a Santa Cruz a hacer negocios, es una ciudad muy cosmopolita, pujante y con mucho movimiento. Y lo más lindo es que, en medio, tienes propuestas jóvenes. Una nueva generación que está construyendo y dando forma a esta nueva Santa Cruz, honrando a la generación pasada, siendo muy conscientes de su origen y de dónde vienen. Por eso, ves excelentes nuevos lugares en homenaje a seres queridos. Son proyectos novedosos, pero que llevan en su aire, nombre o impronta a la gente que los impulsó. A aquellos indispensables, a los que seguro les hubiese encantado conocer el sueño que sus hijos o nietos concretaron. Son este tipo de propuestas las que permiten que la tradición y una nueva modernidad, propia de una ciudad muy cosmopolita, convivan, de forma muy armónica.

Otro punto importante es que no es mi primer libro ni mirada sobre Santa Cruz. Esto es relevante porque a mí me pasan dos cosas distintas como fotógrafa: una cosa es cuando yo veo algo por primera vez. Me gusta mucho esa primera impresión, ahí soy un tipo de fotógrafa; pero cuando saco fotos por segunda vez, de cosas que ya he conocido, tengo una visión distinta, como persona y como fotógrafa. Veo otras cosas, me fijo en otros detalles. Por eso son tan distintas mis fotos entre un libro y otro. Porque tengo una mirada muy diferente a la que tenía hace nueve años: por mi vida, por mi madurez, por mis experiencias, por todo. Con un acercamiento y valoración también distinta: por las cosas, por la tierra, por la gente, por la artesanía.

Todas esas cosas que son muy valiosas para mí, que son tan propias de mi país y yo no conocía, en verdad me emocionan, siento que mi país me llama, porque la sangre llama. Entonces, trabajar aquí, ver, descubrir y destacar las cosas buenas que tiene mi país, es un placer. Siempre es un placer destacar lo positivo, por eso me gusta embarcarme en estos proyectos, porque me reenamoro de Bolivia. Eso son los imperdonables, para mí: destacar una partecita de lo mejor que tiene Bolivia. Es una muestra de lo mejor, pero es solo una muestra, no es la totalidad. Porque cada uno tendrá su propio imperdonable favorito. Yo con mi cámara te ofrezco que veas uno, pero es una invitación, siempre con la idea de que la gente venga y complete la experiencia, la haga propia.

Y es que toda esa mezcla: naturaleza, cultura y comida son un encanto, pero lo son de manera muy particular y única. Las cosas bien hechas, aunque parezcan mínimas, te causan felicidad. El café, por ejemplo, es un placer muy simple pero en el lugar perfecto, con buena compañía, te regala un momento incomparable. El ritual de comer es la compañía, también. Hay propuestas riquísimas pero, para mí, esos sabores quedan en la memoria de manera distinta cuando su gusto te recuerda también a las risas compartidas en ese momento. La idea de todo el proyecto es precisamente regalar esos momentos: de compartir, de comer, de ver, de hacer, de vivir. Es verdaderamente un placer para mí hacer esto y ofrecerlo. Porque viajar y compartir sana, te hace bien. Eso es lo que quiero compartirles: una partecita de mi experiencia para que cada uno tenga la suya.

En cada libro se queda una parte mía, también. Está mi mirada, claro, pero también está el momento que vivo durante su proceso, que siempre es único. Y, sobre todo, queda mi cariño por este país. Espero de corazón que lo disfruten.

Con cariño al lector,


Claudia Prudencio Aponte