Carnaval

24

Los primeros tres meses del año simplemente no existen en el calendario cruceño. Son fechas dedicadas a las andanzas, al despilfarro, a la licencia, a la tambora, al trago, a la pintura, al agua, al barro y a los excesos de la carne. Por ello los más jóvenes andan con los chisguetes cargados y los más viejitos con sus tabletitas de viagra plastificadas por si les surte algo de suerte.

El enorme buri sucede por etapas. Durante las primeras semanas el ambiente se calienta con las fiestas precarnavaleras, donde las comparsas preparan la llegada de Momo recorriendo las calles de noche con trajes de fantasías, carros alegóricos y reinas a las que todos admiran pero a las que nadie hace caso.

Luego llega el corso, con su despliegue de ostentación, burla y evasión. Es la gala mayor de la denominada fiesta grande. Los tres días siguientes constituyen el clímax donde los cambas se olvidan de sus tribulaciones y tragedias; en los que los celulares se quedan misteriosamente sin baterías, pero también son los días en los que se cuecen nuevos problemas, como inmediatos divorcios y litigios.

Al domingo siguiente, domingo de carnavalito, las comparsas entierran un muñeco en las orillas del río Piraí y lloran la partida de su Dios. Pero cuando muere el carnaval, no muere de verdad. Al poco tiempo aparecen las mascaritas con sus yapas, para terminar de “pelar” a los carnavaleros y dejarlos sin un solo cobre. No importa, todos vuelven a trabajar para esperar el carnaval del año siguiente. No hay desgano, el calendario cruceño solo tiene nueve meses.