La Posada del Inca

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La posada goza de un singular equilibrio: rodeada por toda la vista y serenidad del lago, sus espacios comunes invitan a la reunión con amigos o familia. Comer algo preparado en el horno de leña o disfrutar de la compañía son planes ideales, y al mismo tiempo el recinto es muy cuidadoso de la privacidad y mantiene una política de tranquilidad para sus huéspedes.

Un lago omnipresente, magnético y majestuoso, una comunidad amigable que nos recibe. Naturaleza, aire de familia, descanso y una nueva vitalidad es lo que acá nos espera. Sin duda, un viaje que vale l

Transporte, carretera y muy pronto, el lago; pero no, todavía falta, el Estrecho, Copacabana, la lancha y, ahora sí: la isla. La Isla del Sol flota encima de un viaje sumergido en el paisaje altiplánico: un sol que quema y arrasa con el recuerdo de la ciudad, un lago platinado que reta a nuestra vista, eucaliptos gigantes y un ritmo tenue y cortado por el viento helado que nos indica radicalmente que estamos en un espacio Otro. Al final del viaje –casi iniciático–, una tranquilidad de otra era y un descanso sin parentesco alguno nos esperan. El hotel se encuentra en armonía total con el lago y la comunidad isleña. Y uno experimenta una extraña sensación de familiaridad: viajamos pero nos sentimos en casa, no importa si la casa es otra, porque acá nosotros nos sentimos otros también. La construcción es de rústico adobe pero totalmente confortable, con todas las comodidades y con una atención exclusiva a cargo de habitantes de la isla (quizá aquí es donde la sensación de familiaridad crece). Conocer y tratar con la gente de la isla es entender y aprender de ella: de la isla, de su manto azul alrededor, de su comunidad. Acá, la relación que se construye con el lago y con todo el entorno es más armónica, respetuosa y bella. Una sensación única de sentirse en casa.