Rollo de queso, maicillo, llaucha, rosquetes, masitas y, por supuesto, pan. Hay algo mágico que sucede a las cinco de la tarde en esta ciudad y no tiene tanto que ver con la luz mágica del atardecer, sino con esa otra luz que baña el quiosco de una casera y que nuestro paladar correctamente interpreta como la llegada de la esperada hora del té. Ese invento inglés que nada tiene que ver con el evento que sucede acá (salvo dar nombre al saquito de té más famoso y rico de la ciudad). Y cuya apropiación cultural a esta latitud del mundo da por resultado la ceremonia paceña más tierna, democrática y popular de todas. Ya anunciado el fin de la jornada, toda La Paz “está tomando tecito”, desde las señoras traficando chismes entre masitas hasta trabajadores de toda laya guardando un solemne silencio mientras mastican una sarnita u operan a chala abierta una buena huminta. No hay silencio más lindo en esta ciudad que el compartido con alguien querido mientras se toma tecito. Y después de todo este preámbulo, para definir en una línea: uno de los mejores puestos de la ciudad para mantener esta tradición se ubica en esta esquina de San Pedro.