Entramos a BronZe y de pronto el aire del centro de La Paz es otro, radicalmente otro, y curiosamente más propio de La Paz que nunca. Entre las mesas sobre máquinas de coser, las fotos, el excelso café, los acabados dorados sobre fondo oscuro, la comida y hasta los detalles más minúsculos como las (no) esquinas de las paredes, entendemos que estamos en el interior de una ucronía: esto no parece el centro de la ciudad, y en realidad no podemos dudar de que es el centro de La Paz, es otra versión de la metrópoli andina, quizá su mejor versión. Tiene un aire que recuerda a la época más señorial y de mayor esplendor de la ciudad, a una flamante sede de gobierno, a una opulencia que anunciaban nuevos metales en alza y quizá –detalle importante– a una época tan esplendorosa que nunca llegó (o no del todo), pero sí vivía proyectada y añorada por grandes figuras que alguna vez pisaron y soñaron en este suelo. Hoy se hace justicia poética por esa época dorada, y todo indica que el alcance de este esplendor no termina acá…
Tengan por seguro que todo servicio en Bronze está estimado para llegar a la máxima calidad y anuncia a su paso extender ese (antiguo) nuevo esplendor.
